domingo, 25 de noviembre de 2018

El sentimiento de culpabilidad (Parte II)

¡Hola de nuevo!

La semana pasada quise invitar a la reflexión sobre el tema del sentimiento generalizado de culpabilidad que tenemos en la sociedad con el fin de concienciar un poco sobre la inutilidad de este sentimiento, sobre todo cuando se junta con el tema de la productividad. Esta entrada versa sobre cómo se esconde la culpabilidad en las relaciones interpersonales, poniendo un énfasis especial en las relaciones de pareja. 

Antes de dejaros con un párrafo introductorio para entrar en materia, quería comentar lo siguiente: no pretendo afirmar que todo el mundo o siquiera la mayoría de la población se llegue a identificar en todas y cada una de las palabras que escribo. Más bien, el público objetivo que tenía en mente al escribir esta entrada es aquel consciente de, por lo menos, la existencia de algunos miedos en su interior que merman la calidad de sus relaciones. A ellos les digo que no pasa nada, ¡que no queráis ser perfectos ni perfectas porque eso sería aburridísimo! Ahora sí, dicho esto, os dejo con una pequeña introducción en la que destripo lentamente ciertas verdades:

Si tuviera que decir cuál es el miedo más básico y visceral del que emanan todo tipo de miedos en las relaciones, ese sería sin lugar a dudas el miedo a perder a la persona con la que estás. Creo que es necesario llegar a un cierto nivel de consciencia de esto, para alejarnos lo máximo posible de algunos comportamientos tóxicos, como pueden ser los celos. Hay gente que actúa de forma celosa por miedo, e incluso parecen justificar la existencia de estos celos: «Tener un poco de celos es bueno porque eso significa que quieres a tu pareja y/o que te importa». O que, cuando menos, la conceptualizas como una posesión, pero eso es tema para otra entrada. 
Una de las razones, esto ya me toca más, por la cual podemos sentir un sentimiento de culpabilidad en nuestra relación de pareja es por extrapolar nuestra personalidad perfeccionista a la misma. En resumidas cuentas, queremos ser el mejor amigo y la mejor pareja posible. Queremos ser perfectos todos los días y a todas horas. Incluso, atentos porque esto es una barbaridad, nos sentimos responsables en gran medida de la felicidad de la otra persona. ¡Como no teníamos suficiente con serlo de la nuestra! 

Pero, ¿por qué hacemos eso?

Lo que hay detrás de muchos perfeccionistas: el miedo al abandono

Como ya dije hace algún tiempo, tenemos delante de nuestros ojos a las generaciones con mayores carencias afectivas de la historia. Y me temo que va a peor. Tengo mucho miedo del mundo en el que se están criando mis sobrinos de 6 y 4 años. Nos están enseñando a hacer todo cada vez más rápido, y al final nos enamoramos más rápido y nos cansamos de todo con la misma velocidad. 

No me atrevo a generalizar diciendo un todos, pero muchos perfeccionistas son así debido a problemas relacionados con carencias afectivas en su niñez. Muy vagamente, podría decir que normalmente el perfeccionismo surge tras la cronicidad de las altas exigencias de alguno —o de los dos— de los referentes paternos. Exigencias que nunca se verían contentadas de ninguna forma humana. Al final el hijo o hija tiene la sensación de que por mucho que se esfuerce nunca es suficiente, pero incluso tras ese nivel de consciencia, sigue luchando duramente en diferentes aspectos para ser el mejor e intentar obtener una especie de reconocimiento por ello. Cuando lo único que necesitaba era amor y aceptación. Ya os podréis imaginar el resultado: personas con autoestimas fluctuantes y vulnerables, pero altamente efectivas en un entorno académico y/o competitivo. 

Cuando un perfeccionista empieza una relación con alguien pueden empezar a aflorar miles de miedos e inseguridades que tienen una explicación si nos remontamos al pasado. Este tipo de personas esconden un gran miedo al abandono tras esas capas de perfeccionismo. Y tratar de ser el mejor partido posible a todas horas es demasiada presión, os lo aseguro. Sobre todo, si la culpabilidad te hace la vida imposible, como explico en la próxima sección.

La relación entre el perfeccionismo y la culpabilidad: abordaje del pensamiento
En algún momento de nuestra existencia aprendimos a pensar bien las cosas. Muchas veces nos han castigado animando a que pensáramos en lo que habíamos hecho. Así es como cada uno de nosotros ha construido un sistema de valores que le permite identificar y distinguir las cosas que están bien de las que están mal. En la construcción de este sistema de valores juegan un gran papel la educación recibida tanto por nuestros padres como por el sistema educativo, la religión, y otro sinfín de elementos culturales. Un sistema a simple vista útil y acertado. Excepto cuando el sistema impuesto tiene una rigidez desmesurada que te hace sentir mal por casi todo. Ahí empiezan los problemas. Os quiero exponer un par de escenarios que en los que suelen aflorar pensamientos de culpabilidad:

1) Imaginad que llevamos tres o cuatro horas sin saber de nuestra pareja. De repente, nos llega un pensamiento que nos hace creer que nuestra pareja va a pensar que la ignoramos por no saber de ella en esas horas.

2) Imaginad que salimos a una cena o de fiesta con nuestros compañeros de trabajo, y se alarga un poco (un poco de incertidumbre e improvisación en la vida nunca vienen mal). Entonces, nos llega un pensamiento que nos dice que no deberíamos estar ahí si tenemos a alguien especial en nuestras vidas.

Y, sin darnos cuenta, nos vemos envueltos en los mares de nuestros pensamientos, en las garras de la culpabilidad, y nos sentimos mal. Pero, ¿cómo le podemos poner solución a esto?

Tú no eres tu mente: no creas todo lo que pienses

Como antes he mencionado, de pequeños nos enseñaron que debíamos pensar bien las cosas. Creo que muchos de nosotros tendemos a centrarnos en nuestro microuniverso mental, en un lugar en el que no se recomienda estar más de un tiempo determinado. Me da la sensación de que la gente que piensa demasiado sigue el siguiente patrón: cuanto más piense acerca de algo (como un problema o una situación), más rápido encontraré una solución. Pero este planteamiento es erróneo y muy peligroso.

Aunque muchísimas veces este patrón nos ha sido ventajoso, no parece serlo en las relaciones interpersonales, precisamente porque son asuntos no racionales. Y tratar de razonar con los pensamientos solo conduce a ruedas obsesivas. Comprobado. Tenemos unos 60.000 pensamientos diarios. De esos, el 95% son pura basura, es decir, tus valores posiblemente no estarán de acuerdo con el contenido de esos pensamientos. Pero muchas veces nos creemos todo lo que pensamos: es lo que se denomina fusión cognitiva.

Es una lástima que no tengamos una asignatura de Educación Emocional en la que aprender todo este tipo de cosas que nos acompañarán a lo largo de nuestra vida. A mi manera de ver las cosas, podemos pensar de dos formas diferentes: una de ellas es eligiendo nosotros lo que queremos pensar, esto es, pensamiento voluntario; y la otra forma que es la que tiene lugar cuando la mente, entidad inquieta por naturaleza, genera pensamientos. Creo que esta distinción es muy importante a la hora de afrontar los problemas. Hemos visto que no podemos elegir en muchos de los casos el contenido de nuestros pensamientos. Pero lo que sí podemos elegir es cómo actuar una vez tenidos esos pensamientos. Y creo que muchas veces no deberíamos empeñarnos en pelearnos con el pensamiento ni en tratar de cambiarlo a toda cosa, sino más bien de aceptarlo y, sobre todo, no identificarte con él. Contemplarlo como si fueras un mero espectador de una película. Por supuesto que esto es difícil, pero ser consciente de esto es tener media batalla ganada. ¡Y tú puedes con todo!

Como resumen, tu pareja está contigo por cómo eres, no por la lista de cosas interminables que eres capaz de hacer y de lo productivo que puedes llegar a ser si te lo propones. ¡Sé consciente de esto para vencer esa actitud perfeccionista y ese miedo al abandono! 

Nos deberían haber enseñado a cómo amar correctamente. 

Nos deberían haber enseñado a no creernos todo lo que se nos pase por la cabeza.
Y, sobre todo, nos deberían haber enseñado a que nuestro objetivo fuera crear relaciones interpersonales saludables sin sentirnos mal.


¡Un abrazo, y hasta pronto!

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