domingo, 18 de noviembre de 2018

El sentimiento de culpabilidad (Parte 1)

Hacía tiempo que no actualizaba, lo sé. He estado bajo situaciones de estrés y elegí, quizá erróneamente, no refugiarme en la escritura. Pero bueno, ahora os vengo a proponer una reflexión que me parece interesante en los tiempos que corren sobre un tema que me preocupa: la vida en sociedad. Os dejo con un párrafo introductorio con el que, quizás, alguien se pueda sentir identificado.
Admito que muchas veces me cuesta salir de mi cabeza. No estoy en nada en concreto, sino en todo al mismo tiempo. Doy saltos de gigante entre mi pasado y mis futuros potenciales. Es de esos días que te crees todo lo que piensas, a sabiendas de lo peligroso que es. Por ejemplo, pensar que soy un inútil por no ser una máquina de producción en estos momentos, ya que ya no tengo el TFM en mi vida, y decirme constantemente que estoy perdiendo el tiempo.
Vivimos en la sociedad del rendimiento. Una sociedad que mide la estima y valía de la gente dependiendo de lo productivo que sea en un determinado ámbito. Y si no miramos la productividad, miramos al menos la cantidad de horas que trabaja al día. Creo que estamos llegando a un punto desalentador y crítico en el que las fronteras entre estima y autoestima son muy borrosas y confusas. Nuestra sociedad ve con malos ojos al parado que cobra lo que se ha ganado y que decide seguir formándose y disfrutar del tiempo con su familia, pero cierra los ojos ante el adicto al trabajo que se llega a refugiar en la soledad de la oficina las tardes de sábado y las mañanas de domingo. 

¡Qué vida te raspas! / ¡Vaya vida que llevas!

Son unas frases que decimos a aquellos por disfrutar la vida más que nosotros, por haber elegido un plan, una ruta alternativa que se escape un poco de la rutina esclavista que seguimos. Porque, por si no lo has pensado, la mera existencia del tiempo libre ya implica un tiempo en el que no eres libre. Hemos terminado por aceptar que debemos trabajar una jornada completa de 40 horas semanales (más las horas que no se cuentan para afuera, pero sí para adentro) durante aproximadamente unos 40 años. De puta madre. Para seguir la corriente actual y que no me etiqueten de vago (mi estima y valía están en juego en esta parte), debo aceptar un sistema que me retiene un tercio del día. Y encima tendré que dar gracias porque me ninguneen de la forma en que lo hacen tras haber recibido una magnífica formación en dos universidades españolas. Menos mal que gracias a algo superior hay países que se están dando cuenta de esto, como Nueva Zelanda o Reino Unido. Solo espero que puedan llegar a ser un ejemplo para cambiar el ritmo desenfrenado que llevamos. Y no lo dice precisamente una persona que destaque por estarse quieto en un sitio y sin ganas de trabajar. 

Un fenómeno muy frecuente en nuestra cultura, y de otro buen sinfín de culturas occidentales, es la forma en la que hablamos del tiempo. Hablamos de él como si fuera tan valioso como el dinero. Hablamos de ganar y perder tiempo, de desperdiciarlo, e incluso damos gracias por la atención, como si la atención fuera una especie de regalo. Al fin y al cabo, la atención es una forma de medir el tiempo. Esta sociedad del rendimiento nos bombardea con mensajes nocivos acerca de lo malo que es no hacer nada, de lo malo que es saber frenar o parar. De hecho, nos enseñan a hacer muchas cosas a lo largo de la vida, pero, ¿alguien nos ha enseñado a no hacer nada? No me malinterpretéis, no estoy hablando de arrutinar el quedarse todo el día en casa tumbado a la bartola. Pero tampoco podemos infravalorar los beneficios que puede tener hacerlo de forma puntual. Es curioso ver cómo cada vez dejamos menos espacio y tiempo al aburrimiento en nuestras vidas. Cargamos nuestros espacios libres de actividades que prometen mejorarnos a medio-largo plazo. Entre esto y la dispersión de atención causada por la sobreestimulación sensorial que tenemos con los móviles, ya apenas nos escuchamos a nosotros mismos. Cuando digo no hacer nada, me puedo referir a dos cosas: a no hacer nada más que estar, por ejemplo, a solas con uno mismo, o a no hacer nada productivo. 

El tema de la productividad es uno de los que más me ha preocupado desde hace unos años. Siempre intento ver lo que hay detrás. Y lo que he encontrado es quizás el término más importante que voy a describir hoy: la culpabilidad. Por si no lo habíais pensado de forma consciente, la culpabilidad puede reptar por todos los ámbitos de nuestra vida y hacernos sentir mal a través del remordimiento, de la angustia y la tristeza, de la impotencia... Ya os podéis imaginar el cóctel molotov: uno se siente culpable por no alcanzar unos determinados estándares de productividad, cuyos límites no están definidos. Digo que no están definidos porque la realidad es que siempre podemos hacer más. Y claro, la culpabilidad muchas veces nos dice que podríamos haber hecho mucho más de lo que hemos hecho realmente. 

Creo que nos hace falta frenar y ver las cosas con perspectiva.
Creo que nos hace falta trabajar con nosotros mismos en este tema.

La próxima entrada tiene que ver con cómo extrapolamos este sentimiento de culpabilidad a nuestras relaciones interpersonales. 

No te la pierdas.

¡Un abrazo y hasta pronto!

1 comentario:

  1. No te equivoques.
    Perder el tiempo en uno mismo no es para nada improductivo o una pérdida del mismo. Es algo necesario en cada uno de nosotros, es decir: soy un ser razonable y quiero saber más de mi, quiero plantearme proyectos a corto plazo, a medio, a largo o interminables para mí. Ya sea que me encante el mar y quiera dedicar un rato a pasear hacia él o que me encante la idea de erradicar el plástico en el mundo y quiera dedicarme a estudiar y desarrollar un cómo.
    Ya sea para comprender ciertos anhelos, ciertos enfados, regocijarse en ciertas alegrías, para todo esto necesitamos un poco de introspección, y somos tan maravillosos que expediremos nuestro tiempo expediciónando dentro de nosotros en busca de algo con sentido y firme, obteniendo como resultado un colapso y un muro que no nos deje avanzar hasta la próxima.
    Pero todo quedará en nuestra esencia y tras varios intentos ya podremos plantearnos una idea de qué somos/queremos/tememos en ciertos aspectos.
    No se, quizás me haya ido por senderos que no tocaban jaja pero bueno allá va.
    Respecto a la primera parte del texto te recomiendo a Shoppenahuer.
    Él ordena la necesidad de la siguiente manera:
    1 nuestro ser y todo lo que ello esencialmente implica
    2 lo material (desde donde caerte muerto a caprichos innecesarios)
    3 la visión que tengan de ti.

    2 y 3 vienen de azar y no han de mermar al 1.
    (Resumen del carajo)

    Abrazos.

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